domingo, 29 de octubre de 2017

UN OTOÑO QUE NO LLEGA.



                                       
El otoño es esa parte del año que mucha gente tiene olvidada y que pocos disfrutamos como se merece. Esa época entre las vacaciones de verano y las navidades a la que la mayoría de la gente no le presta la atención necesaria y, bajo mi punto de vista, no aprovechan ni disfrutan. 
Pero este año se está haciendo de rogar y a mí personalmente me está costando mucho sobrellevar que el calor no se marche y que la lluvia no aparezca. 


Quiero el otoño real, el otoño frío que anhelo desde hace semanas...


Cuando en alguna conversación veraniega se me ocurre decir:”tengo ganas de que llegue el otoño”, hay gente que me mira de manera extraña o sorprendida. Ya me he acostumbrado y, la verdad, es que cada vez me importa menos lo que los demás piensen y me centro en lo que  me gusta y lo que quiero yo. No es que no me guste el verano, con las vacaciones, la playa, el olor a mar, las noches largas sin prisas, el tinto de verano o el gazpacho. Pero no me gusta que dure tanto, considero que todo debe de tener su compás y si aquí hay estaciones...que se manifiesten. 
En mi post anterior os contaba cuánto me ha gustado Cuba, pero he de reconocer que hay una cosa que no llevaba bien del todo, el calor. Supongo que si me fuese a vivir a un país cálido terminaría por acostumbrarme, pero echaría tanto de menos las estaciones que sería complicada mi adaptación.  

Yo considero que el otoño trae de vuelta una rutina necesaria en mi vida, me devuelve unos horarios, me devuelve tranquilidad y sobre todo trae las que considero las mejores estampas del año. 




Para mí es una época de reflexión, de nostalgia y llena de recuerdos. No hay fechas exactas marcadas en mi calendario que me hagan revivir momentos, si no que, al echar el freno después del caos veraniego, consigo poner mi mente en orden. Me vienen imágenes de otoños pasados con la gente  a la que quiero, reuniones al calor de un brasero, abrazos para entrar en calor después de ir a recoger hojas al parque, mi madre haciendo membrillo, saltar en los charcos, el sabor de una granada recién cortada o tardes de calcetines gordos y cola cao caliente. Uno de los recuerdos que más placer me da que aparezca en mi mente es el de las "castañeras" de Salamanca, no me gustan las castañas asadas, pero ese cucurucho que meto en mi bolsillo del abrigo para mantener las manos cálidas…casi puedo sentirlo ahora mismo.

 Pero…voy por partes…

La primera de las cosas que adoro del otoño es quedarme en casa.
Cuando has conseguido convertir tu casa en un hogar no hay nada más intenso que disfrutarlo, y el otoño es la época perfecta para hacerlo.  
Sacar de las cajas las mantas amorosas, poner la calefacción, coger un libro, o poner una peli, y pasar la tarde en el sillón sin nada más que hacer es un placer incomparable. Y si además fuera llueve y repiquetea en las ventanas ya es perfecto.

También me gustan las mañanas de domingo en la cocina, preparando los menús de la semana. Con olores a guisos otoñales, con el horno haciendo magdalenas a la vez que oigo, de fondo, la tele con capítulos viejos de alguna serie ya muy vista.
Guardar la ropa de verano, abrir las cajas de la ropa de abrigo, disfrutar del tacto de los jerséis, colocar esas botas que tanto me gustan y me niego a tirar, poner la manta en la cama o utilizar por fin las zapatillas mullidas de estar en casa, son otros de mis placeres caseros.


Pero no va a ser todo quedarme en casa.

Salir en otoño a la calle también me llena de energía.
Los colores del otoño me transmiten una paz interior y una alegría que me carga las pilas para afrontar esta nueva parte del año. 
Disfruto saliendo a la calle y notando el frío en la cara, el frío que despeja mis sentidos y me centra, incluso si llueve. Hacer mil fotos y que siempre haya una que te guste más que la anterior es, para mí, ya casi una manía.  

Soy capaz así de poner mi mente en orden, marcarme nuevas metas, nuevos objetivos, retomar viejas promesas o, simplemente, comenzar algo con lo que no había contado antes y llega de manera inesperada. 

Yo los propósitos del año los comienzo con el otoño


Otra de las rutinas que vuelve a mi vida es ir al cine.
En verano lo abandonamos un poco, así que en cuanto empieza a hacer frío nos abrigamos y nos damos un paseo tranquilo hasta allí. Disfrutamos (o no si no nos gusta) de la película que toque y cenamos de vuelta a casa.

Y los puentes, esos maravillosos días que acortan las semanas y nos regalan tiempo para nosotros. Aunque no sean puentes reales y simplemente sea un día de fiesta entre semana. Salir a ver una exposición, a comer con la familia, un café con una amiga a la que hace mucho que no veo, o, si hay más tiempo, hacer una escapada a una casa rural, son placeres que vuelven  a mi vida con esta estación.

Y los olores. Los olores otoñales deberían embotellarse. 
El olor de un bizcocho recién hecho, el olor de la tierra mojada y ese olor a “calor” de las casa cuando se ponen los primeros días la calefacción…son deliciosos. 

Para ir terminando reconozco que también en esta época llegan mis recetas favoritas del año

Las ensaladas con membrillo y granadas, las que llevan setas, los guisos de cualquier carne con patatas, un buen cocido, los bizcochos con nueces o los deliciosos buñuelos que esta misma semana llegarán a nuestras casas.







Yo este otoño atípico he comenzado nuevos propósitos, y eso que avanzo con respecto a los que los hacen en Enero. He empezado a ir al gimnasio, me he obligado a reservarme tiempo para mí, he decidido ser más positiva y, sobre todo, he dado rienda suelta al Blog. Para mí ha sido una liberación mental y algo muy satisfactorio por las muestras de cariño que estoy recibiendo. Espero que os esté gustando y que me dejéis comentarios en la entrada. 
Y a vosotros ¿os gusta el otoño?

Os deseo un feliz otoño. Y esperemos que llegue de verdad en los próximos días.




viernes, 20 de octubre de 2017

CUBA Y LO QUE APRENDÍ ESTANDO EN CUBA.





El verano que acaba de terminar lo voy a recordar siempre, no me cabe la menor duda. Volvimos de las vacaciones más cansados de lo que fuimos pero sin que eso nos importase lo más mínimo. 
Decidimos estirar nuestros hilos para cruzar el charco hasta Cuba y, gracias a eso, hemos dejado algunos allí y nos hemos traído otros nuevos, hilos conectados a sensaciones, maneras de vivir e imágenes que las fotos son incapaces de captar del todo. 

Nos hablaron mucho de Cuba antes de ir, pero no imaginaba que se me iba a meter por las venas y me iba a traer tal recuerdo dentro. 
Y ya os avanzo que hay que tener clara una cosa:
                    "Hay que ir a Cuba para entender Cuba". 


Nuestra primera parada fue La Habana
Es una ciudad calurosa que huele a gasoil, sabe a ron y suena a Son. 
De esto nos dimos cuenta cuando no llevábamos ni una hora por sus calles. El aire es pesado y la tranquilidad contagiosa, es entrar en la calle Obispo y perder la noción del tiempo, lo que agradecimos enormemente porque paseamos sin prisa, hice mil fotos, conversamos con la gente, descubrimos tiendas, paladares e incluso nos sentamos simplemente a mirar a la gente pasar. Da gusto no preocuparse por la hora que es y simplemente disfrutar del momento. Nosotros lo hicimos porque estábamos de vacaciones, pero ellos lo hacen porque muchas veces no tienen nada mejor que hacer.
  

Aunque sabíamos de antemano lo que queríamos ver y yo llevaba una guía “handmade”,  nos dejamos llevar por sus calles, nos dejamos acompañar por un cubano muy simpático y terminamos visitando lugares que no vienen en las guías para los turistas. Entramos en algunas de sus casas, en las tiendas donde van ellos habitualmente y compartimos sus conversaciones. Nos contaron su pasado, su presente y lo que esperan de su futuro. Sin pedirnos abiertamente nada a cambio (aunque siempre lo esperan) nos acompañaron por la zona suya, la zona en la que se ven pocos extranjeros. Conversamos con ellos de política, de religión, de sus costumbres, de los cambios que van notando y de las cosas que siguen, y seguirán, igual que llevan tantos años. No imaginábamos que de verdad y en general fuesen felices con lo poco que tienen y que, además, no busquen tener nada más, simplemente quedarse como están. 
Es cierto que nos chocaba que no hablasen en contra del régimen, a algunos se les nota que están en contra pero no lo dicen, y aun así te venden su país como el epicentro de la vida y la felicidad. En ese momento me di cuenta de que por aquí nos quejamos mucho, queremos demasiadas cosas y la mayoría de las veces dejamos en un segundo plano lo que de verdad deberíamos cuidar en nuestro día a día. 
El Malecón



En la Habana pasamos tres días y me habría quedado trescientos. 
Obviamente hemos visitado "lo que hay que visitar" de la ciudad, en tres días (con sus tres noches), y estando un poco organizados, se ve bien. Ya sea simplemente caminando o en alguno de sus medios de transporte, yo os recomiendo un taxi clásico y ajustar un precio antes de montar. Luego pedidle al taxista que os lleve a sitios menos turísticos y, a lo mejor, termináis viendo hasta un ritual de santería, como nos pasó a nosotros. Fuimos testigos de algo muy íntimo que nos traeremos en el recuerdo porque de eso no pudimos sacar fotos y respetamos que así fuese. 



Por otro lado La Habana por la noche es oscura y ruidosa, las calles están mal iluminadas y la gente se reúne en grupos en las calles, ya sea en el Malecón tocando música  y bebiendo o en las puertas de las salas de fiestas. En un principio echa un poco para atrás porque te das cuenta de que la parte menos buena de la ciudad es real. Las jineteras y los jineteros (que no solos son chicas) se exhiben, ves parejas "poco enamoradas" y algún borracho que otro, pero poco a poco notas que no te debes sentir inseguro porque ves que siguen a lo suyo: bailar, beber y relacionarse sin pensar en el día siguiente. Esa es su mayor diversión y si no lo estás buscando nadie te dice nada. No se meten con los turistas, saben que viven de ellos y si provocan incidentes pueden meterse en serios problemas.


En general La Habana me ha transmitido felicidad, y eso me ha dejado descolocada porque pensaba que iba a ver tanta pobreza que me pondría triste. Es una ciudad de contrastes porque hasta la moneda local es diferente a la de los turistas, no tienen de casi nada, viven en casas que se caen a pedazos, los sueldos son míseros y se buscan la vida sin hacer daño al prójimo. Además, tienen prohibido entrar en algunos sitios o simplemente montar en un barco de recreo, pero tal y como te lo cuentan ves que si les pone tristes no poder hacer algunas de esas cosas, pero su optimismo hace que después te digan: "Pero puedo hacer esto, y esto y esto..."


Finalizamos el viaje con cinco días en Varadero, pero después, al volver, me he dado cuenta de que es una burbuja dentro del país. Todo es como de anuncio, las playas son paradisíacas, los hoteles lujosos, no falta de nada y, como la mano de obra es tan barata, el servicio es excepcional. Siempre hay alguien ofreciéndote una bebida, colocando tu hamaca o acompañándote en una excursión.

Descansamos y nos relajamos, nadamos con delfines y visitamos uno de tantos Cayos que tiene Cuba, Cayo Blanco. Pero si he de quedarme con algo me quedo con el abrazo de Irma, la chica que hacía nuestra habitación, al despedirme de ella y darle una mochila llena de cosas que allí son muy necesarias. Hay abrazos que no transmiten nada más que un adiós, pero el suyo me transmitió eso y un agradecimiento sincero y cariñoso. 
Cayo Blanco

Tampoco voy a decir que no me gustó Varadero, estaría mintiendo, pero una de las cosas maravillosas que tiene viajar es conocer culturas diferentes, maneras de vivir opuestas a las nuestras, nuevos sabores, nuevos aprendizajes…y aquí se descansa y se vive de lujo, pero no es la realidad de Cuba. Si alguna vez vuelvo volveré a La Habana, a Matanzas, a Cienfuegos, a Santiago...y a muchas otras ciudades que no pudimos ver.


Dos meses después de esta experiencia puedo asegurar que algo se me ha removido por dentro. Cada viaje que he hecho me ha enseñado algo, he aprendido cultura, me he sorprendido en algún momento y me he traído buenos recuerdos, pero con este es verdad que noto que miro las cosas de otra manera, me preocupo menos por el que dirán o me doy cuenta de que puedo vivir perfectamente sin eso que antes me parecía imprescindible. Supongo que aquí esa manera de vivir es casi impensable, incluso demasiado idílica, pero una parte de mi quiere creer que he terminado de entender porqué es más necesario cuidar las relaciones con la gente a la que queremos que preocuparnos por tener más o menos cosas que el vecino.
Pero sobre todo a ser más optimista.

Creo que Cuba me ha curado en algún sentido y espero que ellos avancen y prosperen, pero que sigan con esa filosofía suya, ese carácter y esa felicidad.
También espero que se les abran nuevas puertas y que el beneficio no solo lo tengan unos cuantos, si no que sea un beneficio general que les ayude a mantener la esencia cubana sin pasar necesidades.


Gracias a los que os asomáis a esta ventana, vosotros sois mis nuevos hilos y vuestros comentarios me ayudan a saber vuestra opinión.



martes, 10 de octubre de 2017

Hilos, hilos invisibles que nos conectan unos a otros.

Hilos, hilos invisibles que nos conectan unos a otros.

Así es como desde pequeña he entendido que la gente estaba conectada.
Yo recuerdo cuando iba con mi madre por la calle y toda la gente que se paraba a hablar con ella. En realidad no sé porque hablo en pasado, con mi madre es casi imposible salir a comprar y tratar de volver a una hora concreta porque siempre llegamos mucho después de lo que nos habría gustado. Se para a charlar con casi todo el mundo.


Pero a lo que iba: yo, desde bien pequeña tenía la teoría de que todos los habitantes del planeta tenemos algo en común, un hilo invisible (o varios) que nos va conectando con otras personas. Y a ellas a su vez con otras y así sucesivamente, ampliando un círculo que, en su momento, regresará a nosotros.


¿Os suena la frase de “conozco a una amiga de una prima de mi madre que vive allí”? Pues es la mejor manera que encuentro de explicaros mi teoría de los hilos. Si os paráis a pensar, os daréis cuenta de que siempre hay conexiones entre las personas. Y si empiezas a tirar de ellas, de esos hilos invisibles, la madeja puede ser infinita.


Hubo una vez, ya un poco más mayor, y fruto quizá de un momento de esos en que se unen las hormonas desatadas con un exceso de imaginación, en que me puse a pensar que si los hilos se volvían reales no íbamos a poder siquiera caminar por la calle. Pero fue algo breve, rápido volví a mi mundo real de hilos imaginarios.

Para seguir explicando mi teoría, también creo que hay diferentes tipos de hilos: los gruesos, por ejemplo, casi irrompibles y que nos unen a nuestros padres y a nuestros hijos. Luego están los que son también gruesos pero más flexibles y esos son los que imagino que nos unen con los hermanos. En mi caso es así porque los míos me han salido viajeros y este año vamos a vivir en tres franjas horarias diferentes. Ni sé cuándo podremos hablar a la vez… También existen los hilos resistentes como el acero que unen a las parejas, los fuertes para los amigos (aunque a veces se deshilachan con el paso del tiempo), los ligeros para los conocidos, los compañeros de trabajo y esa familia lejana que, a veces, ni siquiera recordamos. Cada uno es libre de imaginar el aspecto de sus hilos: suaves como el algodón de azúcar o modernos como la fibra óptica. Son nuestros. Elijamos.

¿Se pueden romper? Desde luego. A veces por decisión propia y otras porque la vida tiene la mala costumbre de no ser perfecta… y suele terminar. Ahí no hay marcha atrás y el dolor no nos dará tregua. Otros hilos se desgastan y se van rompiendo hasta que ya no unen nada, pero ni siquiera nos damos cuenta, quizá porque alguno de los dos extremos pierde el interés o ya no es tan importante para el otro. Para que sean fuertes, también nosotros tenemos que alimentarlos y cuidarlos. Ahora, con las redes sociales, parece más sencillo: un leve movimiento de dedo sobre nuestro Smartphone y saludamos a alguien aunque esté a miles de kilómetros. No es la manera que prefiero, desde luego, aunque confieso ser mucho de redes. Soy más tradicional porque creo que nada más satisfactorio que los abrazos, los besos, una visita inesperada, un paseo con tu mejor amiga… son como un aporte de vitaminas y alegran y llenan mucho más que un “like”


En fin, esta es mi carta de presentación y mi modo de introducirme en el mundo de los blogs. Me puse fecha para empezar y nunca terminaba de cumplirla (es como salir con mi madre de compras, ya sabéis…), pero se acerca una fecha en la que me voy a sentir más sola. Uno de mis hilos más fuertes va a estirarse todo lo que pueda, por eso quiero dedicarles este primer post a mis hermanas, las incansables viajeras, aventureras y valientes personas de las que me siento inmensamente orgullosa. Yo me quedaré aquí, cuidando del fuerte, pero necesito saber que vais a volver, que algún día compartiremos la misma franja horaria y que por fin podré quitar de la cocina los relojes que marcan vuestras horas, esos que me indican si coméis, dormís o cenáis. Tengo mis hilos fuertes y en forma y voy a alimentarlos bien. Cuidaré también los de papá y mamá. Por favor, haced vosotras lo mismo y dad un tirón bien fuerte cada vez que necesitéis algo.


Os quiero. 

ENERO BONITO, ¿NO CREES QUE HAS CORRIDO UN POQUITO?

                                   Esta mañana cuando me he sentado al ordenador me he dado cuenta de que ya tenía que pasar págin...