El otoño es esa parte del año que mucha gente tiene olvidada y que
pocos disfrutamos como se merece. Esa época entre las vacaciones de verano y
las navidades a la que la mayoría de la gente no le presta la atención
necesaria y, bajo mi punto de vista, no aprovechan ni disfrutan.
Pero este año se está haciendo de rogar y a mí personalmente me
está costando mucho sobrellevar que el calor no se marche y que la lluvia no
aparezca.
Quiero el otoño real, el otoño frío que anhelo desde hace
semanas...
Cuando en alguna conversación veraniega se me ocurre decir:”tengo
ganas de que llegue el otoño”, hay gente que me mira de manera extraña o
sorprendida. Ya me he acostumbrado y, la verdad, es que cada vez me importa
menos lo que los demás piensen y me centro en lo que me gusta y lo que
quiero yo. No es que no me guste el verano, con las vacaciones, la playa, el
olor a mar, las noches largas sin prisas, el tinto de verano o el gazpacho.
Pero no me gusta que dure tanto, considero que todo debe de tener su compás y
si aquí hay estaciones...que se manifiesten.
En mi post anterior os contaba cuánto me ha gustado Cuba, pero he
de reconocer que hay una cosa que no llevaba bien del todo, el calor. Supongo
que si me fuese a vivir a un país cálido terminaría por acostumbrarme, pero
echaría tanto de menos las estaciones que sería complicada mi adaptación.
Yo considero que el otoño trae de vuelta una rutina necesaria en
mi vida, me devuelve unos horarios, me devuelve tranquilidad y sobre todo trae
las que considero las mejores estampas del año.
Para mí es una época de reflexión,
de nostalgia y llena de recuerdos. No hay fechas exactas marcadas en mi
calendario que me hagan revivir momentos, si no que, al echar el freno después
del caos veraniego, consigo poner mi mente en orden. Me vienen imágenes de
otoños pasados con la gente a la que quiero, reuniones al calor de un
brasero, abrazos para entrar en calor después de ir a recoger hojas al parque,
mi madre haciendo membrillo, saltar en los charcos, el sabor de una granada
recién cortada o tardes de calcetines gordos y cola cao caliente. Uno de los
recuerdos que más placer me da que aparezca en mi mente es el de las "castañeras" de Salamanca, no me gustan las castañas asadas, pero ese cucurucho que meto en
mi bolsillo del abrigo para mantener las manos cálidas…casi puedo sentirlo
ahora mismo.
Pero…voy por partes…
La primera de las cosas que adoro del otoño es quedarme
en casa.
Cuando has conseguido convertir tu casa en un hogar no hay nada
más intenso que disfrutarlo, y el otoño es la época perfecta para
hacerlo.
Sacar de las cajas las mantas amorosas, poner la calefacción,
coger un libro, o poner una peli, y pasar la tarde en el sillón sin nada más
que hacer es un placer incomparable. Y si además fuera llueve y repiquetea en
las ventanas ya es perfecto.
También me gustan las mañanas de domingo en la cocina,
preparando los menús de la semana. Con olores a guisos otoñales, con el horno
haciendo magdalenas a la vez que oigo, de fondo, la tele con capítulos viejos
de alguna serie ya muy vista.
Guardar la ropa de verano, abrir las cajas de la ropa de abrigo,
disfrutar del tacto de los jerséis, colocar esas botas que tanto me gustan y me
niego a tirar, poner la manta en la cama o utilizar por fin las zapatillas
mullidas de estar en casa, son otros de mis placeres caseros.
Pero
no va a ser todo quedarme en casa.
Salir en otoño
a la calle también me llena de energía.
Los colores del
otoño me transmiten una paz interior y una alegría que me carga las
pilas para afrontar esta nueva parte del año.
Disfruto saliendo a la calle y notando el frío en la cara, el frío
que despeja mis sentidos y me centra, incluso si llueve. Hacer mil
fotos y que siempre haya una que te guste más que la anterior es, para mí, ya
casi una manía.
Soy capaz así de poner mi
mente en orden, marcarme nuevas metas, nuevos objetivos, retomar viejas
promesas o, simplemente, comenzar algo con lo que no había contado antes y
llega de manera inesperada.
Yo los propósitos del año
los comienzo con el otoño.
Otra
de las rutinas que vuelve a mi vida es ir
al cine.
En
verano lo abandonamos un poco, así que en cuanto empieza a hacer frío nos
abrigamos y nos damos un paseo tranquilo hasta allí. Disfrutamos (o no si no
nos gusta) de la película que toque y cenamos de vuelta a casa.
Y
los puentes, esos maravillosos días
que acortan las semanas y nos regalan tiempo para nosotros. Aunque no sean
puentes reales y simplemente sea un día de fiesta entre semana. Salir a ver una
exposición, a comer con la familia, un café con una amiga a la que hace mucho
que no veo, o, si hay más tiempo, hacer una escapada a una casa rural, son
placeres que vuelven a mi vida con esta
estación.
Y los olores. Los
olores otoñales deberían embotellarse.
El olor de un bizcocho recién
hecho, el olor de la tierra mojada y ese olor a “calor” de las casa cuando se
ponen los primeros días la calefacción…son deliciosos.
Para
ir terminando reconozco que también en esta época llegan mis recetas favoritas del año.
Las
ensaladas con membrillo y granadas, las que llevan setas, los guisos de
cualquier carne con patatas, un buen cocido, los bizcochos con nueces o los
deliciosos buñuelos que esta misma semana llegarán a nuestras casas.
Yo este otoño atípico he comenzado nuevos propósitos, y eso que
avanzo con respecto a los que los hacen en Enero. He empezado a ir al gimnasio,
me he obligado a reservarme tiempo para mí, he decidido ser más positiva y,
sobre todo, he dado rienda suelta al Blog. Para mí ha sido una liberación
mental y algo muy satisfactorio por las muestras de cariño que estoy
recibiendo. Espero que os esté gustando y que me dejéis comentarios en la
entrada.
Y a vosotros ¿os gusta el otoño?
Os deseo un feliz otoño. Y esperemos que llegue de verdad en los
próximos días.